Pero tal iniciativa necesitaba apoyo logístico, económico más bien. Sin dudarlo le pedí a mi tío, tío abuelo en realidad, pero que era como un padre para mi, que me acompañara...y pagara los pasajes.
Al Terminal Alameda llegamos en bus ese día nublado, medio lluvioso. Y desde el terminal caminamos por la Alameda hacia el centro de la ciudad, llegando a los pies del Cerro Santa Lucía. Allí encontré la dirección que me tenía tan motivado.
Subí las escaleras y quedé medio desconcertado. ¿Dónde estaba lo que quería ver? Miré, caminé por aquí y por allá, y opté por preguntarle al señor que allí estaba barriendo: ¿Dónde está le exposición? Acá está, pues, ahí detrás. Detrás..no entendía, detrás de qué, solo veía una pared. Ahí está, insistía el aseador. Abra, me decía. Abrir qué. Medio molesto el señor, caminó hacia mi y agarró un borde de la pared y la movió...pared corrediza... Y ahí estaba frente a mi, la exposición de Bande Desinee, la muestra de cómic chileno que me hizo faltar al colegio.
Que pena no haber tenido una cámara para registrar lo que tenía ante mi, originales de autores locales, originales de ilustraciones y de historietas que ya habían sido publicados o que verían la luz. Incluso los procesos de un cómic, las etapas, desde el boceto a la página final para incluir en la revista. ¡Qué emoción estar allí ese día! sintiendo que se me abrían las puertas a un nuevo mundo, uno al que esperaba entrar pronto. Fue similar a la sensación que tuve en Valparaíso cuando estuve ante los originales de Pato González y Gonzalo Martínez, entre otros, en noviembre de 1987
Al entrar había en aquella sala un par de jóvenes adultos que proyectaban imágenes en la pared, mientras uno de ellos bailaba al son de la música de fondo, que me pareció similar a la música gitana.
Mi tío, al ver esto, murmuró algo, claro, no estaba acostumbrado a la vanguardia. Pero, allí ya estábamos, contemplando el arte de quienes daban vida al cómic chileno en esos turbulentos años pre democracia: Karto, Máximo Carvajal y Juan Vasquez, por nombrar a algunos, exhibían sus páginas, las cuales yo miraba y analizaba embelesado.
Me fijaba en el papel, la textura, los trazos, los colores, el pegoteo incluso. Debí haber tomado nota de los autores incluidos en esa muestra, se me fue. Como media hora estuve en la sala disfrutando de la experiencia. Tras resignarme a que mi buena memoria atesoraría el momento, salí del edificio, con un montón de folletos de la exposición, y busqué donde quedaba la librería Arriba las Manos.
La tienda estaba cruzando La Alameda, calle Lira, muy cerca de la muestra de Bande Desinne. En Arriba las Manos continué con el éxtasis, mirando y revisando embobado las revistas de cómic nacionales y extranjeras. Mi querido y solidario tío me apoyó y logré comprar ejemplares editados en Chile y en Argentina. Sin embargo, tuve que elegir entre tanta maravilla y aun, luego de 30 años, sigo lamentando el no haber podio traer más títulos aquella vez (Bumerang, Bluejeans, Beso Negro, Masturbio, Skorpio, Ranxerox) aunque dando gracias de que pude ir a la exposición y traer revistas de historietas.
De camino por La Alameda de regreso al terminal de buses casi me atropella una micro frente a La Moneda, pero son detalles, la cosa es que en medio de charcos y frío, llegue a tomar el bus y ya en casa pude disfrutar las revistas y darme cuenta de que algunas páginas de las que había visto en la muestra estaban impresas en revista Matucana. Los otros títulos que traje fueron Saga y Fierro. En esta última aparecía el comic Parque Chas, dibujada por Eduardo Risso, que me tenia intrigado con esas textura granuladas en sus dibujos. No imaginaba que 20 años más tarde él mismo me explicaría cómo había sido el proceso de esas páginas.
Agradezco a mi tío, el tío Juan, el haberme apoyado siempre en mis proyectos. A 30 años ya de ese viaje a la capital, en agosto de 1988, aun conservo las revistas y folletos y el recuerdo de la significativa experiencia.
Gracias por leerme.
TEC