Mirando hacia atrás, recordando la adolescencia, y a meses de ¿celebrar? mis 30 años "en el rubro"(interactuando con el medio nacional, que la cosa viene de antes, mucho antes)pienso en aquellos trabajos que hice para la asignatura de Artes Plásticas. Recuerdo al profe, de apellido
Pavés, a quien "cariñosamente" llamábamos
Sapo Condoro. Nos hizo clases desde 1986 hasta pasado agosto de 1988. La frase típica del
Sr. Pavés era: "Usted puede más". Entre sus encargos o trabajos con nota hubo ejercicios de construcción de figura humana, diseño de portadas de prensa, folletos, una ilustración alusiva a la venida del Papa en 1987, claro que la pidió un año antes. Hasta una fallida maqueta se realizó, aunque en realidad se la consiguió un compañero por ahí.
Luego, terminando el año llegó una profesora, no recuerdo su nombre, linda como el sol. Ella al principio me miró con molestia, pues mis compañeros recurrían a mi para preguntar como se hacia tal o cual cosa. Esto pasaba porque en clases extra programáticas, impartidas por una destacada pintora, apoderada del colegio, la entrañable
Lucy Plaglietini, había yo aprendido sobre el uso del color, las técnicas de pintar con oleo y acuarela. La molestia se le pasó pronto cuando vio que yo le ponía amor al asunto y orgullosa quería montar una muestra con nuestros trabajos. Lamentablemente uno de mis aportes fue censurado y ella desistió. Claro, colegio religioso.
Sobre estas obras que aun recuerdo con cariño y pena, ya les contaré el por qué de esta última ingrata sensación, evoco algunos. Entre lo que hice en aquellos dos años, 1988 y 1989, estaba un diseño de papel mural con ilustración tomada de cómic de autor chileno, la dura policía del futuro:
Blondi, de
Lautaro Parra. Elegí una escena en que salía conduciendo una motocicleta. Esta viñeta la cloné y pinté en distintos colores, naranja y amarillo, si mal no recuerdo, todo a mano en esos años con humildes témperas.
Otro trabajo que encargó la profe, fue un afiche sobre exposición de algún autor destacado. Con mi amigo y compañero de curso,
Mauricio Cifuentes, elegimos autores de historietas. El eligió a
Moebius, tomando algunos diseños del cómic publicado en los primeros números de la revista
Trauko, de donde también saqué a
Blondi. Por mi parte, el afiche anunciaba a
Richard Corben en el
Instituto Chileno Norteamericano de Cultura. La ilustración que copié fue una que salia en la contratapa de un fascículo de
La Historia de los Comics de
Toutain.
En su momento me dio la impresión de que
Corben había usado aerógrafo en parte de esa ilustración y quise imitar ese tipo de coloreado. Tuve la suerte de conseguir un compresor con un tío. Junto a las humildes témperas, plumones y acuarelas chinas, logré una copia increíble, debo decirlo, todo un triunfo para un adolescente. Tanto amor le puse, tanta dedicación, que en esta tarea de artes plásticas ocupaba incluso mi tiempo de otras asignaturas, por lo cual los profes se enojaban. Yo hacía caso omiso y ellos amenazaban con recriminarle a mi querida profesora. Pero, como yo era buen alumno, al final quedaba solo en pucheros de esos profes.
Eran trabajos realizados en medio pliego de cartón forrado, no pasaban desapercibidos y exigían tiempo y dedicación, la misma que puse poco tiempo después en el afiche en el que debíamos anunciar una película del cine. Yo elegí a
Batman, que la estrenarían recién en navidad cuando en Estados Unidos ya había sido exhibida a mitad de año. En una publicidad de una edición
Bruguera encontré la obra a copiar y adaptar. La estupenda representación del hombre murciélago era del gran
Drew Struzan, claro que muchos años después viene a enterarme del nombre del autor.
Ahora sí, la parte triste de esta, hasta el momento, reconfortante añoranza de mi juvenil producción gráfica.
A mis 18 años había juntado interesante material, originales creaciones y sorprendentes reproducciones, como las recién comentadas. Mi querida Madre, orgullosa de su hijo "artista", un día de 1990 llegó con el tremendo dato: una casilla de correos a la cual escribir y enviar mis trabajos. El famoso dato se lo había dado una vecina bien intencionada, escultora.
Feliz yo estaba pues tendría mi oportunidad para ingresar tempranamente al mundo del cómic o la ilustración publicitaria. Imaginen el vergonzoso final de este recuento. Se enviaron los originales a esa casilla o apartado postal ya que no habían copias ni digitales ni fotográficas.
Hasta el día de hoy lloro ese apresurado trámite y fantaseo con que alguien los tenga aun por ahí, todos eso trabajos en los que tanto amor y talento puse. Cuantas noches de poco dormir, cuantas ilusiones.
Pero, con esta y otras anécdotas, y luego de tanto tiempo, algo me ha quedado claro: En este medio no basta el tener talento. El ser un buen dibujante no te asegura nada.
Pero, ese asunto será tema en alguna de las próximas
Memorias del Capi.
Gracias por su tiempo.